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sábado, 4 de mayo de 2013

El Estado es Ella


 
El Estado es Ella

Cuando alguno de sus ministros le sugería modificar la política o cambiar un alto funcionario, el presidente Néstor Kirchner le respondía con una pregunta sencilla: "¿Para qué vamos a tocar algo, si nos está yendo tan bien?". El tenía la profunda convicción de que la formación de un secretario de Estado o un ministro era algo muy serio y que llevaba demasiada energía y demasiado tiempo suplantarlo por otro del mismo nivel y experiencia.

Ese fue el argumento que utilizó durante los primeros años de gobierno, cuando su entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, le aconsejó desplazar, por ejemplo, a Julio De Vido y a Guillermo Moreno. Incluso, en una oportunidad, Fernández llegó a plantearle que para oxigenar el gobierno tenían que irse no sólo el ministro de Planificación y el secretario de Comercio, sino también él mismo.

A Kirchner no le gustaba mover "la estantería". Le producía vértigo político. Solo lo hacía en contadas y excepcionales circunstancias. Le pidió la renuncia al superministro de Economía Roberto Lavagna porque se sentía amenazado. Temía que se convirtiera, en cualquier momento, en un candidato presidencial demasiado atractivo. De hecho, al ex secretario de Transporte Ricardo Jaime, quizás el funcionario kirchnerista más sospechado de haber protagonizado casos de corrupción, lo mantuvo más allá de lo que aconsejaba la prudencia. En realidad se lo tuvo que pedir, más de una vez, ya como presidenta, su esposa, Cristina Fernández. Los amigos del matrimonio explicaron en su momento que Ella nunca lo soportó a Jaime, porque desde siempre lo percibió como el compañero de juerga de Néstor. Pero cristinistas de la última hora sostienen que la Presidenta le pidió que se fuera porque despreciaba sus modos ostentosos, sus corbatas y sus relojes.

¿Eso mismo, o algo parecido, es lo que no termina de convencer a la jefa del Estado acerca del vicepresidente electo, Amado Boudou, o el ministro del Interior, Florencio Randazzo? ¿Y qué es lo que determinó la salida del gabinete de Aníbal Fernández? A esto último nadie lo sabe con certeza. Los que la conocen a Ella y a su hijo Máximo dicen que entre los atributos innegociables para ser premiado por el calor oficial se encuentran, primero, la incondicionalidad y la obediencia. Y que eso incluye enfrentar, de manera pública, al Grupo Clarín. Lo segundo es la discreción. Hay pocas cosas que le molesten más a la Presidenta que los ministros y secretarios de Estado que "boquean" o que se atribuyen un poder que no tienen. Lo tercero es la voluntad de trabajo. Se pueden criticar muchas cosas de este gobierno, pero nadie podría negar que la mayoría de los ministros y el núcleo duro del poder ejercen sus funciones "a vida completa". En algún momento del año pasado, el médico de De Vido le exigió que bajara la intensidad de sus actividades. Pero él le explicó que el compromiso que tenía con este gobierno iba más allá de su salud. Otra cosa que Ella valora es que le traigan soluciones concretas. Por eso la jefa del Estado considera a Guillermo Moreno "el empleado del mes". Por eso el responsable de la Administración Federal de Ingresos Públicos, Ricardo Echegaray, sigue en su puesto. Ellos son algunos de los pocos que se animan a proponer soluciones, aunque después no resulten exitosas.

Juan Manuel Abal Medina, por su parte, parece tener casi todos los atributos que Cristina pide y valora. Es incondicional y obediente. Si es necesario, cambia de opinión sobre la marcha, aunque no piense igual que la Presidenta. Cumple las instrucciones con asombrosa precisión. Y si una orden significa dejar a algún amigo en el camino, lo hace sin dudar. Privilegia la política. O el poder, depende de cómo se lo quiera mirar. Lo que más le disgustaba a El -y le disgusta a Ella- era sentirse traicionado, burlado en su buena fe o sorprendido por decisiones que no lo satisfacían. Por eso, cuando Alberto Fernández se fue sin avisar se ganó el desprecio de El y el rencor infinito de Ella, que nunca lo terminó de asimilar. Todavía ahora, cuando el ex jefe de Gabinete dice o hace algo, los cristinistas incondicionales hablan de él como "un empleado del monopolio" o alguien que traicionó la causa. Dirigentes como el gobernador Daniel Scioli piensan, aunque no lo digan en público, que la ida de Fernández, en agosto de 2008, le quitó al primer turno de Cristina cualquier posibilidad de confrontar ideas y enriquecerlas, y que produjo un avance constante de "los talibanes", representados por Gabriel Mariotto, los empleados de 6,7,8 y algunos de los pensadores nucleados en Carta Abierta.

El reciente exabrupto de Horacio Verbitsky, quien recitó "Andate, Cobos, la puta que te parió" -frase que el mismo periodista definió como un chiste 24 horas después-, sólo puede ser comprendido en el marco de este avance prepotente tolerado por la jefa del Estado. Julio Cobos es un político mediocre y especulador, pero eso no justifica que se lo insulte. Es verdad que con Néstor Kirchner vivo las decisiones estaban centralizadas en el matrimonio y la última palabra era casi siempre de El. Ahora que el ex presidente ya no está, cada vez parece más claro que los grandes asuntos, y a veces también los medianos, los termina manejando Ella. Tal vez el 54%de los votos y su constante crecimiento en las encuestas de opinión la hagan sentir que este modo de gestión es el mejor y el único posible.

En época de vacas gordas, una economía robusta y un nivel de consumo sin precedente quizá la hagan pensar tal como lo hacía su compañero: "¿Para qué vamos a cambiar algo, si nos está yendo tan bien?". El propio Fernández, que la conoce como pocos, me dijo el martes que elegir colaboradores incondicionales y obedientes, y ejercer el poder casi sin preguntar está bien mientras el líder no se equivoque o la situación económica y política sea ideal. Pero agregó que eso no es aconsejable cuando las papas queman o se trata de enfrentar hechos más complejos y apremiantes. Le pregunté por enésima vez si lo último se podía asimilar al día en que Kirchner le pidió a su esposa que abandonara el poder tras la derrota de la 125. Y me respondió, una vez más, que lo importante es que aquello al final no sucedió y que Cristina Fernández está ejerciendo el poder con un respaldo popular inédito.
En un país con instituciones fuertes, los presidentes delegan y sus cambios de humor no afectan los asuntos más importantes. Por eso es tan peligroso el personalismo extremo. Porque si un día Ella se llega a equivocar, el problema será del país, y no sólo de la jefa del Estado.

Nota de Luis Majul para lanacion fechada el 08-12-11

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