Cuando alguno de sus ministros le sugería modificar la
política o cambiar un alto funcionario, el presidente Néstor Kirchner le
respondía con una pregunta sencilla: "¿Para qué vamos a tocar algo, si nos
está yendo tan bien?". El tenía la profunda convicción de que la formación
de un secretario de Estado o un ministro era algo muy serio y que llevaba
demasiada energía y demasiado tiempo suplantarlo por otro del mismo nivel y
experiencia.
Ese fue el argumento que utilizó durante los primeros años
de gobierno, cuando su entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, le
aconsejó desplazar, por ejemplo, a Julio De Vido y a Guillermo Moreno. Incluso,
en una oportunidad, Fernández llegó a plantearle que para oxigenar el gobierno
tenían que irse no sólo el ministro de Planificación y el secretario de
Comercio, sino también él mismo.
A Kirchner no le gustaba mover "la estantería". Le
producía vértigo político. Solo lo hacía en contadas y excepcionales
circunstancias. Le pidió la renuncia al superministro de Economía Roberto
Lavagna porque se sentía amenazado. Temía que se convirtiera, en cualquier
momento, en un candidato presidencial demasiado atractivo. De hecho, al ex
secretario de Transporte Ricardo Jaime, quizás el funcionario kirchnerista más
sospechado de haber protagonizado casos de corrupción, lo mantuvo más allá de
lo que aconsejaba la prudencia. En realidad se lo tuvo que pedir, más de una
vez, ya como presidenta, su esposa, Cristina Fernández. Los amigos del
matrimonio explicaron en su momento que Ella nunca lo soportó a Jaime, porque
desde siempre lo percibió como el compañero de juerga de Néstor. Pero
cristinistas de la última hora sostienen que la Presidenta le pidió que se
fuera porque despreciaba sus modos ostentosos, sus corbatas y sus relojes.
¿Eso mismo, o algo parecido, es lo que no termina de
convencer a la jefa del Estado acerca del vicepresidente electo, Amado Boudou,
o el ministro del Interior, Florencio Randazzo? ¿Y qué es lo que determinó la
salida del gabinete de Aníbal Fernández? A esto último nadie lo sabe con
certeza. Los que la conocen a Ella y a su hijo Máximo dicen que entre los
atributos innegociables para ser premiado por el calor oficial se encuentran,
primero, la incondicionalidad y la obediencia. Y que eso incluye enfrentar, de
manera pública, al Grupo Clarín. Lo segundo es la discreción. Hay pocas cosas
que le molesten más a la Presidenta que los ministros y secretarios de Estado
que "boquean" o que se atribuyen un poder que no tienen. Lo tercero
es la voluntad de trabajo. Se pueden criticar muchas cosas de este gobierno,
pero nadie podría negar que la mayoría de los ministros y el núcleo duro del
poder ejercen sus funciones "a vida completa". En algún momento del año
pasado, el médico de De Vido le exigió que bajara la intensidad de sus
actividades. Pero él le explicó que el compromiso que tenía con este gobierno
iba más allá de su salud. Otra cosa que Ella valora es que le traigan
soluciones concretas. Por eso la jefa del Estado considera a Guillermo Moreno
"el empleado del mes". Por eso el responsable de la Administración
Federal de Ingresos Públicos, Ricardo Echegaray, sigue en su puesto. Ellos son
algunos de los pocos que se animan a proponer soluciones, aunque después no
resulten exitosas.
Juan Manuel Abal Medina, por su parte, parece tener casi
todos los atributos que Cristina pide y valora. Es incondicional y obediente.
Si es necesario, cambia de opinión sobre la marcha, aunque no piense igual que
la Presidenta. Cumple las instrucciones con asombrosa precisión. Y si una orden
significa dejar a algún amigo en el camino, lo hace sin dudar. Privilegia la
política. O el poder, depende de cómo se lo quiera mirar. Lo que más le
disgustaba a El -y le disgusta a Ella- era sentirse traicionado, burlado en su
buena fe o sorprendido por decisiones que no lo satisfacían. Por eso, cuando
Alberto Fernández se fue sin avisar se ganó el desprecio de El y el rencor
infinito de Ella, que nunca lo terminó de asimilar. Todavía ahora, cuando el ex
jefe de Gabinete dice o hace algo, los cristinistas incondicionales hablan de
él como "un empleado del monopolio" o alguien que traicionó la causa.
Dirigentes como el gobernador Daniel Scioli piensan, aunque no lo digan en público,
que la ida de Fernández, en agosto de 2008, le quitó al primer turno de
Cristina cualquier posibilidad de confrontar ideas y enriquecerlas, y que
produjo un avance constante de "los talibanes", representados por
Gabriel Mariotto, los empleados de 6,7,8 y algunos de los pensadores nucleados
en Carta Abierta.
El reciente exabrupto de Horacio Verbitsky, quien recitó
"Andate, Cobos, la puta que te parió" -frase que el mismo periodista
definió como un chiste 24 horas después-, sólo puede ser comprendido en el
marco de este avance prepotente tolerado por la jefa del Estado. Julio Cobos es
un político mediocre y especulador, pero eso no justifica que se lo insulte. Es
verdad que con Néstor Kirchner vivo las decisiones estaban centralizadas en el
matrimonio y la última palabra era casi siempre de El. Ahora que el ex
presidente ya no está, cada vez parece más claro que los grandes asuntos, y a
veces también los medianos, los termina manejando Ella. Tal vez el 54%de los
votos y su constante crecimiento en las encuestas de opinión la hagan sentir
que este modo de gestión es el mejor y el único posible.
En época de vacas gordas, una economía robusta y un nivel de
consumo sin precedente quizá la hagan pensar tal como lo hacía su compañero:
"¿Para qué vamos a cambiar algo, si nos está yendo tan bien?". El
propio Fernández, que la conoce como pocos, me dijo el martes que elegir
colaboradores incondicionales y obedientes, y ejercer el poder casi sin
preguntar está bien mientras el líder no se equivoque o la situación económica
y política sea ideal. Pero agregó que eso no es aconsejable cuando las papas
queman o se trata de enfrentar hechos más complejos y apremiantes. Le pregunté
por enésima vez si lo último se podía asimilar al día en que Kirchner le pidió
a su esposa que abandonara el poder tras la derrota de la 125. Y me respondió,
una vez más, que lo importante es que aquello al final no sucedió y que
Cristina Fernández está ejerciendo el poder con un respaldo popular inédito.
En un país con instituciones fuertes, los presidentes
delegan y sus cambios de humor no afectan los asuntos más importantes. Por eso
es tan peligroso el personalismo extremo. Porque si un día Ella se llega a
equivocar, el problema será del país, y no sólo de la jefa del Estado.
Nota de Luis Majul para lanacion fechada el 08-12-11
Nota de Luis Majul para lanacion fechada el 08-12-11
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